Juan era un joven campesino que vivía en una pequeña aldea en Guatemala. Su sueño era ir a los Estados Unidos, donde creía que podría encontrar una vida mejor para él y su familia. Había escuchado historias de otros que habían logrado cruzar la frontera y conseguir trabajos bien pagados, enviar remesas a sus seres queridos y disfrutar de las oportunidades que ofrecía el país del norte.
Un día, Juan decidió que era hora de emprender su travesía. Vendió sus pocas pertenencias, se despidió de sus padres y hermanos, y se unió a un grupo de migrantes que iban en la misma dirección. Sabía que el camino sería duro y peligroso, pero estaba dispuesto a arriesgarlo todo por su sueño.
La primera parte del viaje fue en autobús, hasta llegar a la frontera con México. Allí, tuvieron que pagarle a un coyote, un traficante de personas que les prometió ayudarlos a cruzar el río Suchiate. El coyote los subió a una balsa hecha de neumáticos y los llevó al otro lado, donde los esperaba otro cómplice con una camioneta. Juan y los demás se apretujaron en la parte trasera del vehículo, que los llevó a toda velocidad por las carreteras mexicanas, evitando los controles policiales y las bandas criminales.
Después de varios días de viaje, llegaron a la ciudad de Monterrey, donde se bajaron de la camioneta y se alojaron en una casa de seguridad. Allí, el coyote les dijo que tenían que esperar a que él les consiguiera otro transporte para seguir su ruta hacia el norte. Les pidió más dinero y les advirtió que no salieran de la casa ni hablaran con nadie, pues podían ser descubiertos y deportados.
Juan se sintió nervioso y ansioso. No sabía si el coyote era de fiar o si los estaba engañando. No tenía forma de comunicarse con su familia ni con nadie más. No tenía idea de cuánto tiempo tendría que esperar ni de qué le depararía el destino. Lo único que lo mantenía con esperanza era su sueño de llegar a los Estados Unidos.
Una noche, mientras Juan dormía en un colchón sucio en el suelo, escuchó un ruido fuerte. Se despertó sobresaltado y vio que la puerta de la casa había sido derribada por unos hombres armados. Eran policías federales, que habían recibido una denuncia anónima sobre la presencia de migrantes ilegales en el lugar. Los policías entraron a la casa y empezaron a gritar y a golpear a los migrantes, que se levantaron asustados y confundidos. Los esposaron y los sacaron a la fuerza, mientras les decían que iban a ser deportados a sus países de origen. Juan, el coyote y unos pocos otros inmigrantes lograron salir corriendo por una ventana.
Después de varios días el coyote llevó a Juan y a los pocos inmigrantes que quedaban a un lugar apartado de la frontera. Allí, un traficante de personas les dio instrucciones. El traficante les dijo que debían seguirlos de cerca y que no debían hablar con nadie.
El grupo de inmigrantes comenzó a caminar a través del desierto. La caminata era larga y difícil. El sol era abrasador y el terreno era accidentado. Muchos de los inmigrantes comenzaron a sentirse cansados y desanimados.
Juan también estaba cansado, pero estaba decidido a seguir adelante. Sabía que esta era su única oportunidad de alcanzar su sueño americano.
Después de varias horas de caminata, el grupo de inmigrantes llegó a un río. El traficante les dijo que debían cruzar el río para llegar al otro lado de la frontera.
Juan y los demás inmigrantes se quitaron la ropa y comenzaron a cruzar el río. El agua estaba fría y la corriente era fuerte. Juan casi se ahogó, pero finalmente logró llegar a la orilla.
El grupo de inmigrantes estaba ahora en territorio estadounidense. Estaban cansados, hambrientos y asustados, pero estaban vivos.
El traficante de personas les dijo que debían separarse y dirigirse a diferentes ciudades. Juan se despidió de sus compañeros y comenzó a caminar hacia el norte, sin saber qué le esperaba...
(*) Nota: Este es un cuento ficticio y su similitud a hechos reales es solo una coincidencia