“Las ganas de vivir” fue escrito por cinco mujeres refugiadas tras participar de un proceso de empoderamiento y una serie de talleres literarios liderados por el ACNUR.
En el marco del Día Internacional de la Mujer, el ACNUR lanza oficialmente esta obra luego de un proceso de empoderamiento, espacios de sororidad y talleres literarios con las escritoras del libro.
La formación literaria fue conducida por la periodista y poeta costarricense Seidy Salas, durante octubre y diciembre del 2018 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Costa Rica (UCR).
Bajo los seudónimos de Luz, Itzel, Milagro, Salomé y Victoria, se relatan las vivencias de mujeres latinoamericanas que llegaron al país para salvar sus vidas y/o evitar que se violaran sus derechos humanos. La publicación aborda como, por el hecho de ser mujeres, la violencia pasa sobre sus cuerpos de diferentes maneras. De ese modo, el contenido del libro ejemplifica como el desplazamiento forzado es aún más difícil para las mujeres.
Arabella Salaverry, escritora costarricense y Premio Nacional de Literatura en el 2017, escribió el prólogo del libro destacando que: “Nos anima la ferviente esperanza de que Las ganas de vivir abra una ventana e ilumine esta realidad, y la certeza de que su lectura nos llevará a sumergirnos en abismos desconocidos y que en la medida de nuestras posibilidades, y más allá, nos conduzca a colaborar para que cada persona desplazada pueda decir, con vocablos como palomas lanzadas al futuro: tengo vida, tengo mi vida”.
Por su parte, Marcela Rodríguez-Farrelly, Oficial de Protección del ACNUR mencionó que el libro “nos ayudará a ponernos en los zapatos de las refugiadas y a comprender mejor lo difícil que es huir de un país y dejar todo atrás, sobre todo para las mujeres”.
La presentación oficial de la obra literaria se realizará en un evento abierto al público el martes 12 de marzo a las 11:00 a. m., en el auditorio de la Facultad de Derecho de la UCR. Para confirmar asistencia, por favor escribir a quesadas@unhcr.org.
Las escritoras Dedican este libro a todas las mujeres y a las niñas que salen de sus países. Que los viajes de sus vidas sean siempre motivo de alegría y no de dolor.
Para descargar la versión digital del libro, haga clic aquí.
A continuación parte de los relatos de estas cinco mujeres latinoamericanas, que invitamos a leer y a conocer sus historias a fondo.
Luz
Nací en una ciudad llamada Las Neblinas, en medio de vegetación y campos llenos de jardines, por eso llevo la luz y las flores en mi nombre. He recorrido muchos caminos y hoy reconstruyo mi vida, de la mano de Dios y de mis hijos.
Un 21 de mayo salí de mi país rumbo a Costa Rica. Salí sin saber qué me esperaba, sin conocer a nadie, sabiendo que dejaba mi casa, mis cosas, la vida que conocía, una vida en la que yo sentía que no me faltaba nada. No le avisé a nadie que me iba, para protegerles. No me despedí.
Dejamos todo en un cuarto de la antigua casa. Luego un hermano se encargó de vender todo. Salimos a las 2 de la madrugada, dejando atrás aquel pueblo que ya no iba a ver nunca más. Pasamos en frente del cementerio donde quedó una tumba que ya nunca iba a volver a ver. Lloré mucho ese día, cada kilómetro lo lloré.
A los cuatro meses de haber llegado por fin encontré empleo de tiempo completo, en labores domésticas, pero tenía que dormir en esa casa. Eso no me gustaba, pero la necesidad de mantener a mis hijos me hizo aceptar. Tuve que dejarlos solos, nos veíamos cada quince días y era muy duro para los tres.
Con el asesinato de mi esposo me arrancaron algo. Viví 17 años con mi esposo, mis mejores años. Pero vale más la vida de mis hijos que mi país. A veces uno se siente esclavo del propio país, pero cuando tu país te expulsa, te agrede, te mata, no queda más que dejarlo para buscar un espacio donde se pueda caminar en paz.
Le agradezco mucho a las organizaciones que a lo largo de estos cuatro años nos apoyaron. Agradezco el proceso de escribir este libro. He llorado mucho, pero ahora recuerdo sin tanto dolor. Siento que estoy sanando y ayudo a mis hijos a sanar también. Aprendí que uno se puede levantar de las cenizas.
Itzel
Soy una mujer humanitaria, fuerte, luchadora. Cuento mi historia para que otras personas sepan que todas tenemos derecho a vivir en paz, que tenemos familias, que queremos vivir con dignidad.
Mi nombre es Itzel, que quiere decir Lucero de la tarde. Tengo 45 años, nací y crecí en El Salvador. Quiero contar un poco de mi historia, relatar lo que pasó en mi vida, momentos que muchas veces me hacen llorar.
Es la historia de una niña triste, de una muchacha ingenua y de una mujer valiente. Una mujer que por mucho tiempo no creí ser. A algunas personas nos tocan vidas muy duras ¡Yo no entiendo por qué! Quise contar mi historia porque me hacía falta desenterrar ese pasado y porque quiero mostrarles que todas las personas refugiadas tenemos una historia detrás.
Yo vivía con mamá y tenía algo de paz. Trabajaba y compraba lo necesario. No me di cuenta que el barrio estaba cambiando, incluso la montaña donde vivíamos, se empezó a rodear de maras.
Los tipos de la pandilla de Edwin empezaron a acosar a mamá. Subían a buscarla a la montaña, la vigilaban, hasta que un día vi a mamá, tirada boca abajo. Mi cuñada Blanca también estaba ahí, había subido con mamá y sus dos niños y a ellos también los habían atacado. A los niños los amarraron a unos árboles, a Blanca la violaron. Cuando pudo escapar, bajó a avisar lo que había pasado. Cuando subieron, mamá estaba muerta.
Aún no sabía cómo iba a salir sin que las maras se enteraran. Nuevamente, a la abuela tampoco le pude decir la verdad. Le dije que las hermanas donde yo había estado internada me habían invitado a verlas y que me llevaba a mis hijos. Le dije que no sabía cuánto tiempo me iba a quedar. Mi abuela me abrazó y me dijo que estaba bien, nos echó la bendición. Ella sabía que a Juan lo estaban acosando, quizá de alguna manera ella sabía la verdad. Pero yo le prometí que iba a volver por ella. Aún le debo la promesa.
A mis jefes les pedí que me mandaran una ambulancia en la noche, y así salimos los tres. A las dos de la mañana. No me traje nada. Dos mudadas cada uno. Salimos huyendo. Dejé todo, todo, todo. A mi hermana menor le dije “no preguntés a donde voy”. Y así llegamos al aeropuerto. No dejábamos de llorar. Mi hija lloraba porque dejaba al novio y no se había podido despedir. Cuando llegamos a Costa Rica, nos estaban esperando tres monjas que nos llevaron a un albergue.
El proceso de adaptación para nosotros no ha sido nada fácil. Juan está conmigo. Marce tiene su pequeña familia. Me ha costado conseguir un trabajo que me pague bien. Tengo problemas de salud y necesito seguro, pero no me quieren asegurar. Trabajo mucho, pero apenas salimos con los gastos. Más de una vez he tenido que recurrir a alguna amiga que me quiera prestar. A mi hijo también le ha costado conseguir trabajo.
Milagro
Soy una mujer guerrera que descubrió sus fortalezas en las duras batallas que tuvo que librar. Y así voy, luchando cada día por ser feliz en esta nueva patria que me acogió.
Nací en San Salvador un 23 de abril de 1971, hija de madre y padre comerciantes. Tengo dos hermanos menores, un hombre y una mujer. La verdad, es poco lo que recuerdo de mi infancia y aun así creo que en mis primeros años de vida tuve una niñez bonita.
A los 16 años conocí al que hoy en día es mi esposo y a los 17 años tuve a mi primera hija. En esos primeros años, la relación con Juan, mi esposo, dio inicio a otra etapa muy dura. Él tomaba licor y me agredía física y psicológicamente. Incluso llegó a pegarme cuando estaba embarazada.
Toda la violencia que viví en esa etapa me llevó a buscar apoyo en los grupos feministas. Inicié con una organización que lleva el nombre de una mujer, a todas nos llamaban como a ella. Me empoderé y me formé como lideresa y comenzó otra etapa, quizá la más feliz de mi vida. Compartir con otras mujeres nuestras experiencias me hizo más fuerte y me enseñó a confiar, cambió también mi forma de pensar.
Desde que llegamos a Costa Rica, Dios puso ángeles en nuestros caminos. Tan pronto nos bajamos del bus, cansados y desorientados, se nos acercó un hombre, era un pastor de una iglesia evangélica. Nos contó que, en medio de la noche, Dios le había dicho que fuera a esa estación de bus. Él y su familia nos hospedaron por tres días. Nos dio techo y comida, además nos acompañó a buscar casa.
Salomé
Cansada del sufrimiento y la humillación, escribiendo me siento libre. Inspirada en la vivencia de un país hermoso opacado por la violencia, escribo por aquellos que callan, por el sonido del silencio. Una voz que susurra libertad, un pueblo que pide auxilio en medio de las cadenas de la pobreza. Escribo por mis hijos, mis amigos y por Dios, por la voz de esas madres que lloran la realidad de Buenaventura.
Supe que nací un 14 de febrero, día del amor y la amistad, en una ciudad con un nombre de esperanza: Buenaventura. Nací a las cinco de la mañana, mientras el sol despuntaba sobre el puerto.
Quizá tendría 4 o 5 años cuando una mañana, jugando en la cocina, se me vino encima una olla con agua caliente y me quemé. Ya no tengo cicatrices de aquel accidente terrible, pero me quedan las huellas de vivir entre tanta violencia y desprecio. Tiempo después, mi madre me abandonó. Recuerdo cómo corría detrás de ella llorando, quitándome los dientes del viento de la cara. La recuerdo irse sin voltearme a ver, como si nada.
¿Para dónde podía irme? ¿Qué iba a ser de mi vida? Una niña tan pequeña no decide nada, solo espera y aguanta.
Mi infancia estuvo llena de preguntas sin respuestas ¿Por qué me abandonó mamá? ¿Por qué no me quiso? ¿Sería que no era su hija? ¿Por qué llegué a este mundo?
Quedé embarazada a los 21 años. Fue un lío total. Mi familia me dio la espalda porque me había metido con una persona que nadie quería. Sí, quizá era parte de los errores que cometía, buscando donde nunca encontraba nada
A mis 30 años ya era una excelente manicurista. Había llevado varios talleres y sabía que tenía habilidad y talento.
Pero había una realidad violenta, muy violenta, en mi país y en mi región. Había muchas amenazas a líderes sociales y comunitarios que solo querían ayudar. Había mucha corrupción, no se podía entrar a un barrio sin poder permiso, no se podía hacer una reunión sin que se enteraran. Las amenazas llegaban de todos lados, de la delincuencia, de los para militares, de la guerrilla. No había forma de saber quién era quien.
Una noche cara a cara con los dientes del viento. Las balas venían de todas direcciones y solo la mano de Dios me salvó. Aún recuerdo la calle frente a mi casa y el punto donde dos hombres se pararon frente a mi para matarme.
Irme de mi país fue fuerte. Yo nunca había salido de Buenaventura. Viajar, pasar fronteras, pueblitos, países; una no sabe con qué se va a encontrar. El camino en el tránsito es incierto.
Nadie escoge ser refugiado. Nadie quiere verse obligado a salir de su país. Nuestra historia no es la de las personas migrantes que pueden regresar a su patria en cualquier momento, nosotras no. Una persona refugiada no puede volver, porque pierdes tu condición de amparo, porque si regresas te matan.
Victoria
Me gusta tomarme una tacita de café sola, viendo la vida desde una perspectiva diferente a lo cotidiano. Los años me han enseñado a ser más humana, comprensiva, a entender a los demás, las historias que cargamos, el dolor. Vivo con la certeza de que aun cuando hay días nublados, el sol brillará de nuevo con mucha intensidad.
Un 15 de enero de 1974 nació una niña en el Hospital Nacional de Maternidad en San Salvador. Esa niña se llamó Victoria.
El barrio donde yo vivía se llamaba La Candela. Mi casa era esquinera, de adobes y horcones de madera. Años después el terremoto la botó, pero la volvieron a construir.
Cuando cumplí 14 años, mi abuela me mandó a vivir a la capital. En El Salvador, si las personas caminan en territorios que pertenecen a las maras contrarias, los matan, sean niños o ancianos, eso no importa. Matan por la renta, matan por no obedecerles.
“Mamá por favor no hagas ni digas nada, camina sin mirar hacia atrás porque nos están vigilando”. Cuando me contó todo, yo casi me desvanezco. Cuando mi esposo llegó en la noche del trabajo, le contamos y se sentía tan impotente, con mucho temor y enojo.
Viajamos en carro desde El Salvador hasta Costa Rica, no queríamos dejar el carro allá. Duramos dos días viajando, llegamos sin descanso hasta Managua, nos quedamos en un hostal y luego hasta acá, Costa Rica.
Huir de tu país para estar en un lugar desconocido te causa un fuerte dolor emocional y espiritual. Dejamos todo atrás en El Salvador: sueños, ilusiones, amistades, familia. Es demasiado el dolor de dejar la tierra de una. Junto con el secuestro de mi hijo, ese desarraigo es lo peor que he vivido. Tal vez otras personas perdieron a toda su familia por los mareros. Yo estoy aquí en Costa Rica por la vida de mis hijos.
Vivimos de forma muy marcada la discriminación. En Costa Rica hay mucha fobia a hacia las personas extranjeras, pero de las pobres diría yo, porque de las millonarias no dicen nada
Ser refugiada te acarrea de alguna manera el menosprecio de la sociedad y eso lastima mucho la autoestima. Una se siente incómoda hasta de hablar con las personas porque rápidamente la gente emite juicios y señalamientos sin tener en cuenta la historia que hay detrás de cada persona refugiada.