Tristeza, llanto, culpa, miedo, irritabilidad, cansancio y fatiga. Estas son algunas de las señas de una patología que padece la mitad de los inmigrantes sin papeles en España, según Joseba Achotegui, psiquiatra y profesor de la Universidad de Barcelona.
Él acuñó el término “Síndrome de Ulises” en alusión al héroe de Homero que “pasábase los días sentado en las rocas, a la orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando sus ojos en el mar estéril, llorando incansablemente…”.
Esta patología puede tener su raíz en un mundo donde triunfar significa imitar la vida que grandes conglomerados de los medios de comunicación inundan los hogares de miles de millones de personas en el mundo. Quedan impresos en el imaginario colectivo los rascacielos y edificios modernos, las bolsas de la compra, las familias sonrientes, los coches y las casas de las ciudades donde “sobran” los puestos de trabajo que sustentan esa vida feliz.
De pronto, la vida de millones de desposeídos gira alrededor de esa aspiración, que alcanza incluso a los niños que intentan divisar la otra orilla en España desde Tetuán o Tánger. Para soportar el frío en ciertas épocas del año, a veces recurren al disolvente que inhalan para no sentir el frío. Para los inmigrantes, languidece el miedo de arriesgar la vida en una travesía de mares y desiertos, de perder los ahorros, los de la familia o los de toda una comunidad que elige a los mejores para enviarlos al “Primer Mundo”.
Superar los peligros y los obstáculos para cruzar la frontera desemboca muchas veces en una euforia tan desmedida que la caída no tarda en llegar. Las causas de este malestar están en la incapacidad que tienen muchas personas de responder a las situaciones de estrés que se les presentan con frecuencia y en la dificultad que supone reconfigurar la personalidad después del duelo que suponen las grandes pérdidas: la familia, las costumbres, la tierra, la comida, la burocracia, la indiferencia, los prejuicios, el racismo… Las diferencias culturales y las barreras lingüísticas ‘catalizan’ la caída.
La soledad casi siempre forzada, el duelo por el fracaso del proyecto migratorio que rara vez cumple con las expectativas creadas antes de la llegada, la lucha diaria por la supervivencia, desde la comida hasta la vivienda, erosionan la identidad de los inmigrantes y su capacidad de reacción. Se vuelve crónico el miedo a la repatriación, a la violencia, a la explotación y a los abusos en manos de redes y de mafias. No pocas veces, este exceso de ansiedad provoca un insomnio que distorsiona la percepción de la realidad. La añoranza de los recuerdos afloran con más frecuencia en las noches y se acaba produciendo una fatiga que muchas veces lleva a personas antes sanas a una incapacidad física y psíquica. Llevadas a un extremo, las situaciones de duelo y de estrés pueden llevar a las personas a desarrollar fallos importantes en la memoria y a confundirse respecto al tiempo y al espacio.
Sin embargo, Facebook, Skype, Instagram y ahora Whatsapp han revolucionado las comunicaciones en tiempo real a través de miles de kilómetros de distancia. Las nuevas tecnologías pueden contribuir a minimizar el desarraigo, visible en el llanto y en la expresión de tristeza de las personas que parecen ‘deambular’ con la mirada baja.
Los ‘Ulises’ del mundo actúan muchas veces como el padre de familia retratado en la película Stanno Tutti Bene, de Guiseppe Tornatore, con la actuación de Marcelo Mastroianni. El recién jubilado trabajador rural decide visitar a sus cinco hijos por sorpresa para encontrarse con realidades muy distintas a las que le contaban a distancia. En el caso de los inmigrantes, ese encuentro tiene lugar en el locutorio desde donde llaman para apaciguar sus preocupaciones y para ver si todo en casa marcha bien. Y como ellos, sus familiares de Perú, de Ecuador, de México, de Marruecos, de Senegal o de donde sea, dicen “estamos todos bien”.
Homero vuelve a Ítaca al final para compartir la sabiduría que dan más el camino y la experiencia que el destino. Con frecuencia, los inmigrantes nos convertimos en corresponsales y maestros de lo que hemos conquistado fuera de casa. Mexicanos, españoles, estadounidenses, qué más da. Hemos florecido cuando se han reconocido nuestros derechos y hemos sabido aprovechar los espacios creados para contar quiénes somos y para aprender cómo es el país al que acabamos de llegar.
Carlos Miguélez Monroy
Periodista y editor en el Centro de Colaboraciones Solidarias
Twitter: @cmiguelez